En el marco de esa crisis también los Dioses fueron cayendo en desgracia se fueron mezclando con ídolos orientales y otras religiones de pueblos vecinos que en el marco de la total libertad de culto romana hacían crecer su influencia sobre un pueblo descreído.
Una de esas religiones el cristianismo iba aumentando poco a poco su caudal de seguidores pero no sin sufrir de vez en cuando fuertes persecuciones así como también edictos de los emperadores de turno que los obligaban a rendir culto a los paganos.
El cristianismo no aceptaba otro Dios que no sea el suyo, por eso no pudo agregarse a las religiones romanas, ya que las excluía a todas, de la misma manera que lo hacía el judaísmo.
En 285 toma el poder Diocleciano, y allí se produce una de las más sangrientas persecuciones de la historia: el emperador pudo ver el peligro que representaba para el Imperio Romano tradicional la propagación de una religión tan distinta en su espíritu a las religiones clásicas.
Sin embargo, luego de la guerra civil que envolvió por muchos años a los tetrarcas, con las victorias de Constantino sobre Majencio, Maximiano y Licinio, el nuevo gobernante único de Roma se dio cuenta del poder que podría representar la nueva religión si se ponía de su lado, necesitado como estaba de asentar su gobierno con una sólida base.
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